
¿Y si la mejor forma de jugar no fuera la más segura? Durante décadas, las ciudades han construido parques infantiles limpios, coloridos y fáciles de supervisar. Sin embargo, estos espacios—diseñados más para tranquilizar a los adultos que para despertar la curiosidad de los niños—suelen despojar al juego de lo que lo hace realmente transformador: el riesgo, la imprevisibilidad y la autonomía. Los crecientes estándares de seguridad, la reducción del espacio público y la comercialización del equipamiento han limitado aún más las posibilidades de la exploración independiente. Desde un solar en ruinas en la Copenhague de los años 40 hasta los paisajes de hormigón en el Ámsterdam de la posguerra, arquitectos, urbanistas y activistas se atrevieron a desafiar la idea de que el juego debía ser limpio y controlado. Sus propuestas poco convencionales—hechas de materiales sueltos, formas abstractas y recursos improvisados—ofrecieron a los niños la libertad de construir, demoler, explorar y ensuciarse.
Copenhague, 1943 — Jugar en la sombra de la guerra
En el barrio residencial de Emdrup, el arquitecto paisajista Carl Theodor Sørensen transformó un terreno baldío en lo que se conoció como un junk playground. En lugar de columpios y toboganes, los niños encontraban maderas, cuerdas, neumáticos y palos. Sørensen ya había observado que con frecuencia los niños preferían los materiales improvisados antes que los equipos de juego cuidadosamente diseñados.
Su experimento surgió en un contexto marcado por la escasez: en plena guerra, los metales y el equipamiento industrial eran difíciles de conseguir. Pero también coincidió con un momento en que los urbanistas europeos empezaban a hablar de las necesidades de la infancia en la reconstrucción de las ciudades. El sitio de Emdrup demostró que la falta de recursos podría convertirse en una oportunidad para promover un juego creativo, manual y colaborativo.


El modelo fue revolucionario porque no ofrecía estructuras fijas, sino la posibilidad de construir, derribar y volver a construir. El parque no era un producto terminado, sino un proceso abierto.
Lady Allen — Planificar para el juego
Pocos años después, la diseñadora paisajista y activista británica Lady Allen of Hurtwood visitó Emdrup y llevó la idea al Reino Unido. Denunció que los parques infantiles convencionales eran ordenados, excesivamente gestionados y poco desafiantes para los niños. Con base en su experiencia en la reforma social, defendió que el juego aventurero era esencial para desarrollar resiliencia, cooperación y capacidad de resolver problemas.

Su discurso coincidió con las teorías emergentes de la psicología del desarrollo, como las de Jean Piaget y Maria Montessori, que subrayaban la importancia del aprendizaje autónomo y práctico. Para Lady Allen, los pequeños riesgos físicos del juego aventurero estaban ampliamente compensados por sus beneficios en la confianza y la salud emocional de los niños. Sus campañas resignificaron el juego como un derecho fundamental, no como un accesorio decorativo, y cuestionaron los diseños que priorizaban el control adulto sobre la autoexpresión infantil.
Ámsterdam — La ciudad del juego de Mulder y Van Eyck
Mientras tanto, en los Países Bajos de la posguerra, la urbanista Jakoba Mulder impulsó la creación de micro-parques infantiles en lotes vacíos, aceras y huecos urbanos de Ámsterdam. Su visión era clara: cualquier residente podía proponer que un espacio en desuso se transformara en un área de juego. Inspirada en el valor del juego no estructurado, Mulder defendía intervenciones mínimas que permitieran a los niños apropiarse libremente del espacio. Era una política urbana a escala infantil.

El arquitecto Aldo van Eyck tradujo esa visión en un lenguaje arquitectónico propio. Entre 1947 y 1978 diseñó cientos de parques en toda la ciudad, convirtiendo solares, esquinas y espacios residuales en micro-mundos interconectados. Su vocabulario de formas geométricas simples—cúpulas bajas para trepar, piedras de paso, areneros—era deliberadamente abstracto, invitando a múltiples interpretaciones.

Van Eyck rechazaba las vallas, integrando el juego en la trama urbana y permitiendo a los niños moverse con fluidez entre la vida cotidiana y la aventura. Muchos de sus parques se ubicaron en lotes dañados por la guerra, convirtiendo espacios deteriorados en nodos sociales activos. Su obra fue, en gran medida, un acto de recuperación urbana: situar el juego en el corazón de la reconstrucción comunitaria.
Parques Brutalistas — Hormigón áspero, juego sin límites
En el Reino Unido de las décadas de 1950 y 60 surgió una serie de parques que utilizaban hormigón, formas abstractas de gran escala y gestos arquitectónicos audaces. Décadas más tarde, estas estructuras serían revisitadas en la exposición The Brutalist Playground (2015) de Assemble y Simon Terrill.

Frecuentemente integrados en conjuntos de vivienda social, se asemejaban a ruinas o a paisajes bombardeados. Los niños, sin embargo, los adoptaron con entusiasmo: su calor bajo el sol, el eco de los pasos en cavidades huecas, la rugosidad de sus superficies. Eran escenarios para trepar, esconderse e inventar reglas: un juego no escrito, físico, social y profundamente ligado a la imaginación.

Parques de Aventura Contemporáneos — Riesgo en la Era de la Regulación
La presencia adulta, incluso bienintencionada, puede limitar la autenticidad del juego. Por eso, muchos parques de aventura contemporáneos restringen la participación de los padres. En algunos casos, los adultos firman una exención y los niños quedan bajo el cuidado de playworkers capacitados, cuya función es acompañar sin dirigir.
Este modelo persiste en países como Japón, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos, a pesar de las presiones legales y de seguros. Allí donde sobreviven, suelen hacerlo gracias a la defensa comunitaria y a estrategias creativas frente a la normativa.

Ejemplos contemporáneos incluyen Kolle 37 (Berlín), Hanegi Playpark (Tokio), The Yard (Nueva York) y Land at Plas Madoc (Gales). Todos ellos ofrecen a los niños la posibilidad de decidir, arriesgarse, ensuciarse y equivocarse: experiencias cada vez más escasas en la infancia urbana.
¿Por qué importa hoy?
En una época en la que los parques infantiles son cada vez más higiénicos, coloridos, certificados y vigilados, cabe preguntarse: ¿Qué hemos perdido? ¿Qué queda atrás cuando priorizamos la seguridad sobre la exploración, la limpieza sobre la creatividad y el orden sobre la espontaneidad?
El derecho al juego no es únicamente acceder a un área designada. Tal vez sea también el derecho al riesgo, a la incertidumbre, al desorden y a lo inconcluso. La historia de los parques no convencionales muestra que la libertad en el diseño puede surgir de la escasez, de la reforma social y de la disposición a mirar la ciudad desde los ojos de un niño.

Este artículo es parte de los temas de ArchDaily: Diseñando espacios infantiles, presentado por KOMPAN.
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